February 16, 2009

Aunque te pareza cebolla, escribo. De todos modos, sé que no leerás esto. Las cosas cambiaron de alguna forma. Las cosas, o nosotros. Es todo lo que te desagrada, lo que rechazas. Frases cortas, inconexas que conectan en mi mente.
No escribo para ti, así que no importa. Por fin ya no importa.


Llueve. Llueve como sólo puede llover en el norte de Europa. Tomo un vino barato, tinto, chileno. Vivo en un contenedor industrial, en una pieza que parece pasillo, con vista al contenedor de al frente, con cortinas moradas que no dejan entrar la luz. Vivo lejos y toso. Los pulmones reclaman, el pecho se me cierra. En otro barrio mis amigos cenan y andan de bares, juntos, viven en comunidad.
Hoy pensé que iba a poder hacer como si nada. Que me iba a poder tomar el vino, cenar, leer el libro para escribir el ensayo, hablar con ellos y luego dormir. Pero no. Mi cabeza no me deja, los ojos se llenan de lágrimas una y otra vez, y otra y otra. No sé cómo sacarme esto de la mente, no sé cómo desahogarme. Habrá que llorar hasta quedar seca? Por qué, cómo, no entiendo los motivos.
Estoy lejos. Cierro los ojos y ruego que las cosas tengan sentido. Que pueda llegar una tarde de septiembre, abrazarte, reconocerte, reirnos y discutir como tantas veces. Es que te siento vulnerable y me duele en mi propio cuerpo. Te siento débil y todas mis imágenes de ti se rebelan ante este exceso de realidad. Dime que no es verdad. Que me llamarás el viernes y me dirás que no fue nada, que vuelva a dormir, que vuelva a preocuparme de mi tos y mi contenedor-pasillo. Que no piense en Chile, que no piense en la distancia. Que no piense en lo que pasa mientras cae esta lluvia en tu verano interrumpido.