October 24, 2005

Alta Fidelidad

Ayer no pude dejar de sentirme identificada con algunas frases, actitudes, ritos, anhelos y patetismos, de John Cusack en Alta Fidelidad. Aunque tenía las aprehensiones propias frente a todo filme que recrea un libro (el homónimo de Nick Hornby), debo reconocer que tenía ganas de ver esta película. A pesar de los premios de su director, Stephen Frears, dudé de su talento al poner en las grandes pantallas la versión de la novela de Evans que Sam Peckinpah quiso hacer tantas veces (Reconozco las influencias a favor de Peckinpah, impuestas por mi profe de cine). Pero me gustó, y ví reflejado un poco de mí en este dueño de disquería de vinilos obsesionado con los rankings de todo tipo. Aquí va uno de los míos:

Las 5 mejores películas para ver en una cita:

En quinto lugar ubico Before Sunset, de Richard Linklater. Contada en tiempo real, inconclusa y menos feliz que su precedente, me recuerda una idea de Denis de Rougemont, en "Amor y Occidente". Él dice que el lirismo occidental no exalta la paz de una pareja, ni el placer de los sentidos, ni menos el amor logrado; sino la pasión del amor. Y la pasión es sufrimiento. Por eso rescato esta cinta. Me gusta que no sea cebolla, que no sea llanto fácil ni tonos pasteles. Que no plantee un mundo o un amor perfecto, acabado, facilista. Me gusta esta cinta porque la encuentro creíble. Honesta. La pienso para citas de re-encuentros casuales, no planificados. Para ver de preferencia en el piso alto de un edificio poco amoblado y con alfombra. Sobre los cojines, con un buen vino y la luz tenue. (Estados Unidos, 2004)

En cuarto lugar propongo El Último Beso, de Gabriele Muccino. Me gusta cómo expresa la búsqueda de la felicidad como motor constante del hombre. Me interpreta. La película es una experiencia apasionante y una inyección de energía arrolladora. No hay tiempo que perder, no hay tiempo para pensar. Hay que decidir, con el corazón y el deseo. La felicidad es momentánea, incontenible. Lo que permanece es la pasión, esa pasión de los personajes que con un estilo vertiginoso se contagia a quien se expone a El Último Beso. Sí, lo encuentro real y humano. Y dan ganas de salir a buscar, igual que los personajes. Para ver en el otoño, un día de viento, con un desconocido que haga pizzas y sepa reír a carcajadas. (Italia, 2001)

En tercer lugar, aunque casi en un empate, elijo Los amantes del círculo polar, de Julio Medem. Es la historia de un amor secreto e intenso entre Ana y Otto, contada desde los ojos de ambos personajes. Una historia en etapas, circular, azarosa pero causal. Melancólica. Cuando niños la vida de ambos se une por casualidad a la salida del colegio, una tarde ventosa. Luego vendrá el amor secreto, la sexualidad, los ritos, el fracaso, el recuerdo. Y casi veinte años después, Finlandia, y el círculo polar ártico. Me atrae esa idea del amor secreto. Me gusta que a pesar del tiempo, siguen viviendo en la memoria del otro. Siguen teniendo un sitio propio en los rincones profundos del corazón. Al final, resulte o no, creo que esa es la única existencia que en realidad vale. Para ver en un atardecer de verano, en el Normandie, con la sala vacía y sin zapatos. Con alguien suavecito, cariñoso, y después de una larga caminata por el Forestal.

En cuarto lugar, un clásico personal: Donnie Darko, de Richard Nelly. Una cinta inteligente, aguda, hipnótica. Una fascinante experiencia estética, emocional y sicológica. Un retrato surrealista a la mente y ethos de una cultura que respira bajo lo aparente. Una mezcla de ficción y realidad potente, satírica, verdadera, pero sobre todo embriagante. Donnie Darko muestra y comunica sensorialmente, ese espacio que existe entre la vigilia y el sueño. Es un viaje onírico, confuso, desafiante, sorprendente y adictivo. Excelente banda sonora. Uno de los mejores descubrimientos que he tenido en el país del norte. Para ver de noche con alguien interesante, inteligente, agudo. No hace falta nada más. (Estados Unidos, 2001)

En primer lugar, consagro una ópera prima: Reconstrucción de un amor, de Cristoffer Boe. Al comienzo de la película, Boe lanza una de las misteriosas verdades del cine: “Recuerde, es todo una película. Todo una construcción. Pero aun así duele”. Esta historia me encanta, me fascina. La forma en que está contada, los personajes, la mezcla de estilos y técnicas, la estructura narrativa, los colores, las texturas. Está llena de emoción, de magia, de confusiones, de deseos. Es una película diferente que respira con una sensibilidad propia. Para ver de noche y a oscuras, cuando los sentidos se despiertan y la receptividad aflora. En la cama entre plumones. Con alguien conocido, querido, intenso. (Dinamarca, 2003)

Bonus track:
Aladino, de Walt Disney. Debió estar en mi lista, pero no se me ocurrió, asi que la tomo prestada del pezcador. Un clásico. Desde el uso de las cámaras, la música, la personalidad del genio (podrías ser tú Lil), el tigre de mascota, aladino dándole el pan a los niñitos, la fantasía y la magia, la entrada triunfal al palacio, el vuelo en la alfombra. Exquisita.
(Estados Unidos, 1992)

October 19, 2005

Biografía... o algo así


Cierro los ojos y me concentro.
Imagino primero un punto blanco en un fondo negro. El punto crece y se transforma en un rectángulo, como una pantalla de cine. En ese espacio trato de proyectar mi vida. Veo puros fragmentos, como pegados con cinta adhesiva.
La primera imagen ni siquiera viene de mí. Me acuerdo de haberla visto en un video casero de 1983. Sale mi papá con un bigotito ridículo y mi mamá con la cara roja y rechoncha. “Hola poletita, estamos tan contentos de que hayas llegado”, dicen, como si ese feto prematuro- que soy yo, claro- les fuera a resolver los problemas.
Inmediatamente después, aparece en la pantalla una cabeza con rulos amarillos y unos ojos enormes con pestañas largas. Debo tener unos 3 años y estoy corriendo en un jardín. Saludo a mi mamá desde lejos, ella se seca las lágrimas y se ríe. Mi papá ya no vive con nosotros. Sorpresa. Qué original, están separados.
De repente tengo puesto un uniforme gris. Tengo 7 años y parezco una bola gigante. Entro a una clínica a buscar a mi hermanito nuevo de la mano de mi padrastro.

De los 14 en adelante empiezo a ser yo. Me reconozco en la pantalla. Son las seis de la mañana y estoy peleando con el marido de mi mamá. Me empuja a la cama y me levanta de las orejas. Tengo tanta rabia que le pegaría un combo. Agarro mi mochila y salgo corriendo de la casa. Unos meses después, tomamos un avión a Argentina. Mi mamá, mis dos hermanos y yo.

Viví en Mendoza tres años, en una especie de rebeldía y libertad que me fascinaba. Me escapaba por el techo de la casa y salía con mis amigos a la montaña. Leíamos poesía, hacíamos fogatas y cuando ya estaba amaneciendo, bajábamos en la citroneta escarchada, justo a tiempo para cambiarme de ropa, encajarme el uniforme y salir al colegio.

Ahora la pantalla se hace más nítida. Estoy en cuarto medio, ya volví a Santiago. Me veo encerrada en el baño de mi casa nueva, escribiendo y pintando unas figuras en la muralla. De repente, entra mi prima con un papel en la mano. “Concurso Ruta Quetzal 2000”, dice en el borde. Me acuerdo que no le hice mucho caso, pero una semana antes de la fecha de entrega, me fui a la biblioteca, saqué información histórica y me senté a escribir una monografía sobre Carlos V y los conflictos religiosos que tuvo con Lutero. Cuatro meses después, estaba sentada con tres chilenos en un avión rumbo a Madrid, para juntarnos con 350 jóvenes de todo el mundo que se habían ganado el concurso en sus países.

Viajé sesenta días por España, Estados Unidos y México, donde conocí a los indios Tarahumaras. Con ellos, corrí en la noche llevando en las manos unas antorchas encendidas con resina, ritual símbolo de la libertad. Caminé horas por las Barrancas del Cobre, me bañé en la cascada de Basasseachi, vi cómo corría el agua después de dos mil años por el acueducto de Segovia, y conversé con el Rey de España. En las noches, escribí un diario de expedición, que entregué a la Universidad Complutense de Madrid para un nuevo concurso.

Al año siguiente me avisaron que había ganado, que repetía el viaje, y que ahora iría a Perú, Ecuador y España. Le puse pausa a mi primer semestre de periodismo, agarré mi mochila y carpa en mano me fui a Quito y grabé un programa para Discovery Kids. En el verano estuve recorriendo Paraguay con ex ruteros de todos los países y edades.

Fin de los colores chillones. Aparece una imagen borrosa que abarca hartos años. Estoy en Estados Unidos, hay 17 grados bajo cero y tengo puesto un uniforme de Mc Donalds. Un tipo de ojos verdes, pelo largo y barba, me mira intensamente. Su cara es de reproche, de rabia, de rechazo. Escucho nuestras risas, pero no parecen formar parte de esta escena. En mi mano tengo puesto un anillo de plata. Silencio. Lo escondo en el closet.

La pantalla amenaza con disolverse. Pero hago un esfuerzo por ver el último capítulo de mi historia. Parece una película de François Truffaut, sacada de la nueva ola francesa. En blanco y negro, los personajes de espalda, largos travellings de las calles, los asuntos cotidianos, los tiempos muertos. La reflexión constante de qué cresta hago acá. Para qué habré escrito estas líneas.

October 07, 2005

Homenaje a mi abuelita



Hoy quiero hacer un homenaje.
Quiero rendirle un tributo a mi abuelita.
Sí. A mi abuelita Pita, la chómpiras, la Marinita. La Chepa.
La Fresia Marina Loyola.
La abuelita que se ponía las canilleras y jugaba fútbol con nosotros. La abuelita que nunca tejió más que mis trabajos de artes manuales, que nunca se sentó en una mesedora ni tomó tecito con las amigas. Que me hacía papas fritas a escondidas de mi mamá. Que me llevaba a los rotativos del centro a ver mil películas de gemelas gringas que se iban a campamentos de verano.
Mi abuelita que se obsesiona con lavar los platos aunque le queden todos cochinos, que se pasa por abajo de los cobradores de las micros, llena de bolsas y con las rodillas gastadas. Mi abuelita que le da migas de pan a las palomas, que come sémola y sopas asquerosas de verduras cocidas. Que se levanta a las 6 de la mañana y al almuerzo se toma toda la copa de vino al seco. Porque así le gusta a ella. Porque siempre le ha gustado así. Porque se lleva el mundo por delante.
Esa es mi abuelita. Que me cuesta entenderla, que me cuesta imaginar cómo fue para ella empezar a trabajar a los 4 años. Que todavía llora cuando se acuerda de su abuelito, y canta las canciones que él le cantaba a ella. Nunca se le olvidaron. A mí tampoco. Cómo me podría olvidar del Osito de felpa, abuelita linda.
Hoy quiero hacerle un homenaje a mi abuelita. Darle las gracias, porque si ella no hubiese sido, yo tampoco sería. Porque si no hubiese querido que mi mamá fuera, yo no habría sido. Porque a pesar de sus ochenta y tantos, sigue aquí, modificando los espacios, invadiendolo todo con sus ojos verdes y sus manos arrugadas. Te quiero mucho abuelita. Aunque no siempre nos resulte fácil entendernos, comunicarnos. A pesar de tu fatalismo y ese apocalipsis now tan tuyo.
Aunque probablemente no puedas ver estas letras y apenas sepas lo que es un computador, quise dejar aquí un poco de tu historia.
Mírate abuelita. Y que ya no te dé más pena estar envejeciendo. Que no te dé rabia no poder hacer las cosas. Tu fuerza para mí es un ejemplo de vida. Tú siempre vas a estar conmigo. En mi corazón y mi memoria.
Porque eres grande abuelita. Eres inmensa.

October 02, 2005

Mi cámara y Cortázar


"Cuando los cronopios se van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: la hermosa ciudad, la hermosísima ciudad. Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios".

Texto: fragmento de Viajes, Historias de cronopios y famas. Julio Cortázar.-
Fotografía: Paulette Desormeaux

October 01, 2005

Mi versión de Buenos Aires


En los últimos años he estado varias veces en Buenos Aires. Aunque al comienzo me perturbaba esta ciudad enorme, el consumismo generalizado de los turistas y la obsesión por los restaurantes de todo lo que usted pueda comer, de a poco fui encontrando mis espacios.
Caminando días enteros, recorriendo los teatros, las librerías, los parques, los pubs irlandeses. Fotografiando lo que escapa a la mirada del turista tipo, ese que viaja en las promociones de cirugía express, que va del hotel al restaurante, del restaurante a los cueros, de los cueros al shopping, y de vuelta al restaurante y al hotel.
Perdiéndome en San Telmo, en el Botánico, en el jardín japonés, escribiendo por horas en la Papelera de Palermo. Evitando el gentío de las tiendas de su plaza, y fumando mis cigarros con los pintores de sus exposiciones. Internándome en el Malba, en el Bellas Artes, en el museo de arte moderno.
Tarareando ochenteras en la Recoleta buscando al hombrecito del sombrero gris. Caminando en la noche sorteando la basura de las calles del centro, pensando en la cantidad impresionante de gente durmiendo acurracada bajo los focos y a las entradas de todos los edificios. Visitando viejas amistades, navegando por el Tigre, leyendo los diarios culturales.
Con mi cuaderno de escritos y dibujos, mi walkman, mis puchos y mi cámara, fui domesticando Buenos Aires, como diría el Principito. Este es el Buenos Aires que me gusta, es mi versión y mi mirada de esta ciudad cosmopolita.


La sombra del poeta



Las arboledas de Palermo, donde nació Borges



El mate más sabroso

Siga las flechas

Raíces porteñas

Las risas de la plaza

Escape colectivo

(no me acuerdo el nombre de esta obra, pero es una instalación de Puppi en el Bellas Artes)

Notable

El tango de verdad, en las calles de San Telmo


El cielo del centro


El placer de los vinilos de Eureka, cerca de la plaza de San Telmo

Se olvidaron de la crisis

La Papelera

Des-encuentros

Arquitectura alborotada

Los fantasmas del Botánico

El pintor de asfalto
(ojo, son tizas de colores, de esas de los pizarrones de chico)

Feria de antiguedades en la Plaza de San Telmo

Como en los cuentos, donde siempre el balcón y la torre tienen un misterio ancestral

A propósito de cuentos

La niña del parque

Espera

En Buenos Aires siempre he sido más cronopio que fama. Tal vez por eso esta es mi mirada.