October 19, 2005

Biografía... o algo así


Cierro los ojos y me concentro.
Imagino primero un punto blanco en un fondo negro. El punto crece y se transforma en un rectángulo, como una pantalla de cine. En ese espacio trato de proyectar mi vida. Veo puros fragmentos, como pegados con cinta adhesiva.
La primera imagen ni siquiera viene de mí. Me acuerdo de haberla visto en un video casero de 1983. Sale mi papá con un bigotito ridículo y mi mamá con la cara roja y rechoncha. “Hola poletita, estamos tan contentos de que hayas llegado”, dicen, como si ese feto prematuro- que soy yo, claro- les fuera a resolver los problemas.
Inmediatamente después, aparece en la pantalla una cabeza con rulos amarillos y unos ojos enormes con pestañas largas. Debo tener unos 3 años y estoy corriendo en un jardín. Saludo a mi mamá desde lejos, ella se seca las lágrimas y se ríe. Mi papá ya no vive con nosotros. Sorpresa. Qué original, están separados.
De repente tengo puesto un uniforme gris. Tengo 7 años y parezco una bola gigante. Entro a una clínica a buscar a mi hermanito nuevo de la mano de mi padrastro.

De los 14 en adelante empiezo a ser yo. Me reconozco en la pantalla. Son las seis de la mañana y estoy peleando con el marido de mi mamá. Me empuja a la cama y me levanta de las orejas. Tengo tanta rabia que le pegaría un combo. Agarro mi mochila y salgo corriendo de la casa. Unos meses después, tomamos un avión a Argentina. Mi mamá, mis dos hermanos y yo.

Viví en Mendoza tres años, en una especie de rebeldía y libertad que me fascinaba. Me escapaba por el techo de la casa y salía con mis amigos a la montaña. Leíamos poesía, hacíamos fogatas y cuando ya estaba amaneciendo, bajábamos en la citroneta escarchada, justo a tiempo para cambiarme de ropa, encajarme el uniforme y salir al colegio.

Ahora la pantalla se hace más nítida. Estoy en cuarto medio, ya volví a Santiago. Me veo encerrada en el baño de mi casa nueva, escribiendo y pintando unas figuras en la muralla. De repente, entra mi prima con un papel en la mano. “Concurso Ruta Quetzal 2000”, dice en el borde. Me acuerdo que no le hice mucho caso, pero una semana antes de la fecha de entrega, me fui a la biblioteca, saqué información histórica y me senté a escribir una monografía sobre Carlos V y los conflictos religiosos que tuvo con Lutero. Cuatro meses después, estaba sentada con tres chilenos en un avión rumbo a Madrid, para juntarnos con 350 jóvenes de todo el mundo que se habían ganado el concurso en sus países.

Viajé sesenta días por España, Estados Unidos y México, donde conocí a los indios Tarahumaras. Con ellos, corrí en la noche llevando en las manos unas antorchas encendidas con resina, ritual símbolo de la libertad. Caminé horas por las Barrancas del Cobre, me bañé en la cascada de Basasseachi, vi cómo corría el agua después de dos mil años por el acueducto de Segovia, y conversé con el Rey de España. En las noches, escribí un diario de expedición, que entregué a la Universidad Complutense de Madrid para un nuevo concurso.

Al año siguiente me avisaron que había ganado, que repetía el viaje, y que ahora iría a Perú, Ecuador y España. Le puse pausa a mi primer semestre de periodismo, agarré mi mochila y carpa en mano me fui a Quito y grabé un programa para Discovery Kids. En el verano estuve recorriendo Paraguay con ex ruteros de todos los países y edades.

Fin de los colores chillones. Aparece una imagen borrosa que abarca hartos años. Estoy en Estados Unidos, hay 17 grados bajo cero y tengo puesto un uniforme de Mc Donalds. Un tipo de ojos verdes, pelo largo y barba, me mira intensamente. Su cara es de reproche, de rabia, de rechazo. Escucho nuestras risas, pero no parecen formar parte de esta escena. En mi mano tengo puesto un anillo de plata. Silencio. Lo escondo en el closet.

La pantalla amenaza con disolverse. Pero hago un esfuerzo por ver el último capítulo de mi historia. Parece una película de François Truffaut, sacada de la nueva ola francesa. En blanco y negro, los personajes de espalda, largos travellings de las calles, los asuntos cotidianos, los tiempos muertos. La reflexión constante de qué cresta hago acá. Para qué habré escrito estas líneas.

2 comments:

Anonymous said...

Eres una muñeca de verdad, por ahora yo puedo bajarte la luna y las estrellas.
Eres como un sueño que no recordamos, pero que nos hace despertar alegres".
Agrégame al Messenger: jfrancisco70@hotmail.com
francisco

David Cotos said...

Interesante tu narrativa. Yendo de aquí para allá como Antoine Doinel. Saludos.