November 18, 2007

Cuando entramos me pareció parca. Seca. También necesitada. Quería hablar y contar sobre sus moretones y cicatrices en el rostro. Después nos trajo limonada fría y una carpeta. Me fue conmoviendo de a poco, lentamente. Con su pelo rubio, corto, su tez blanca teñida con manchas moradas por la caída, sus manos arrugadas, alemanas, su jardín con flores, la viuda me pareció casi querible. Entonces contó cómo fue la exposición en Lima, cómo tuvo que fumigar las planchas de madera, y mover los contenedores con las obras. Y luego, mientras yo la miraba a ella anonadada, mientras veía cómo él vibraba y yo vibraba y todo me era mágico, nos contó que mantuvo durante 20 años al artista araucano, porque donde vive uno pueden vivir dos. Se conocieron en Berlín, en 1981, y él le regaló Cabrita perdida en noche de luna... o algo así... Es una obra preciosa, donde una cabrita perdida mira la luna y las flores se abren y refulgen en la oscuridad. Tal vez era él encontrándola a ella. O guiándose por ella. O llamándola. O tal vez le regalaba su relación de niño huérfano con la naturaleza. Dicen que su madre lo parió de pie entre los trigales, y que tuvo una infancia dura y silvestre. Pero él se hizo poeta, y transformó la experiencia en arte. Poeta de la madera, poeta plástico. Lo mío no es realismo. Se basa en la realidad, pero se concreta plásticamente. El misterio del mundo es lo que está ahí, dijo el artista. Y eso pienso con la luz de la tarde, y miro las obras desordenadas en los mesones de la pieza. Qué misterioso el arte, que nos une y nos convoca, y nos interpreta y nos redime. Qué misteriosa relación provoca, que hoy estamos en esta casa ajena de Viña del Mar, con la viuda de un grabador chileno, para quien somos perfectos desconocidos, hablando de su historia, hablando no de la técnica, sino de la emoción y el sentido. Hablando del mundo del xilógrafo, del pintor de acuarelas, del litógrafo. Entrando en el mundo de Santos Chávez.


Primavera, Santos Chávez

El pensamiento es como el viento. El misterio de la vida es como el viento, como aquello que no sabemos cómo, de qué modo, sucederá mañana. Pero si mis manos, y es lo que yo siento- me acompañan, mis herramientas pueden hacer silvar el viento, en los ojos y el corazón de los que miran mis grabados.

Santos Chávez, en su exposición en Tomé en 1999.

(Gracias a J.F. por compartir la experiencia)

1 comment:

Cascket_boy said...

pasaba por aqui, muy lindo post, un abrazo..