November 12, 2007

Hablo desde la decepción. La decepción de la desesperanza. Hablo cansada de leer señales, de esperas perpetuas, de ilusiones infladas con cartas traídas en el viento. Hablo y me siento nuevamente ingenua, niña, virgen, vulnerable. Me siento también pura. Pura por cumplir mi palabra, por honrarte, aún cuando no hay compromisos y tu vocablo me nombra amiga. Quizás qué estaba pensando cuando quise aceptar el ensoñamiento. Creí que se me pasaría antes la tontera, pero no. Mi mente sigue levantando tu recuerdo, tu presencia ausente que resuena en mis días. No sé qué es lo que tienes que te siento casi droga, que mi cuerpo te pide, que te grita por las noches. Algo hay en ti que me hace sentido, aunque sea un absurdo intelectual querer quererte. Tú me dueles. Y creo que no lograrás nunca comprenderlo. No sé si es que evades, sublimas, o incorporas maravillosamente tus dolores, pero esa capacidad casi inhumana de estar bien con todo siempre y en todo momento, me hace verte aún más distante, me hace pensar que estructuralmente no puedes sentir lo que siento. Entonces, voy a la oficina y veo un reportaje de hace años, que cuenta las historias de los niños solos. De los que crecieron antes, los que criaron y educaron a otros niños casi pares. Veo el dolor y la culpa de esas madres que no pueden permanecer en casa, que no pueden darle infancia a sus hijos porque eso parece ser algo que se compra, y ellas no pueden adquirirlo. Frente a eso, qué sentido tiene mi angustia y mi ahogo en el pecho. Qué sentido tiene mi dolor elegido, finalmente, mi opción dolorosa, mi decisión de quererte a pesar de todo. Pero los sentimientos no son objetivos, no se ponderan en una balanza exógena independiente del que vive. Mi dolor es mi dolor, en la cantidad, intensidad y forma en que lo siento. Y ver esas realidades no lo apaga ni lo disminuye. Lo complementa, lo dimensiona, lo pone en perspectiva. A veces deliro y me parece por segundos que ese dolor lo busco porque creo que ennoblece, que agranda, que me hace crecer en él. Será mi mentalidad católica apostólica y romana, no elegida y que se cuela en los hábitos mentales como un fantasma vaporoso. Será la costumbre emocional de ser un poco víctima, un poco héroe. Será que después de todo, este dolor no es tan malo, no es tan cruel, no es tan arbitrario. Será que el dolor en ti, la incertidumbre que me causas, forma parte del modo en que aprendí a relacionarme con tu género. Será que me enamoras, y frente a eso no tengo más explicaciones, entonces discuto conmigo misma y me enredo en palabras que ya no tienen sentido, mientras espero verte, abrazarte, besarte. Mientras convivo con el susto eterno de la unilateralidad de mi experiencia.

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