December 13, 2005

Mi pena y mi alegría

Dicen que la alegría y la tristeza vienen juntas en la vida. Que los momentos intensos se componen de esa mezcla inexorable que nos determina y revela cómo somos, qué tomamos de eso, qué queremos ver.
Estos días han sido para mí un tiempo impregnado de esos sentimientos. El sábado encontré a mi abuela en el piso, sin poder pararse, morada y asfixiada. Yo estaba sola porque mi mamá andaba fuera de Santiago y mis hermanos tenían salida con el papá. La levanté, me costó mucho porque estaba media inconciente, como con peso muerto. Llamé a un doctor y después al Samu para que viniera una ambulancia, y terminamos juntas en el Hospital del Salvador. Después vino la espera, el llanto cada vez que la miraba directo a sus ojos verdes, brillantes, preciosos. Le hice cariño como nunca en su cabecita anciana, la lavé, le hablé mucho, la acompañé hasta que me echaron. Una descompensación diabética, una obstrucción respiratoria severa y probablemente un accidente vascular. Ese fue el diagnóstico de la doctora que la vio en mi casa. Después en el hospital me dijeron que no. Que tenía neumonitis y que probablemente los pulmones estaban tan infectados que por ser diabética era difícil que se recuperara.
Me lo lloré todo. Me sentí infinitamente sola, a pesar de aquellos que me acompañaron (se los agradezco de todo corazón) y tuve tanta, pero tanta pena, al sentir que mi abuela se moría, aquí entre mis brazos, lejos de sus hijos, de sus otros nietos, de su gente querida. Sola conmigo, apoyada en mí con su cuerpo hirviendo en fiebre. Me miraba y me preguntaba por la Poletita. Y yo le decía que estaba ahí, que era yo. Y se quedaba tranquila y se dormía, hasta que despertaba de nuevo y volvía a mirarme y a preguntarme dónde estaba yo.
Después me calmé un poco. Lloré y lloré y lloré hasta calmarme exhausta. Cuando llegué a mi casa me acosté bien cerquita mío, como apretándome contra mi propio cuerpo. Y recé. Recé con un fervor que no encontraba hace años. Y me di cuenta de que esto era un regalo, de que yo tenía el privilegio de haber compartido esto con ella. Por algún motivo (inexpugnables designios...) fui yo, y nadie más. Y entre la pena apareció una emoción y una paz inmensas. Fue mi momento de reconciliación. De reencuentro con esta mujer grande que me cuidó toda mi infancia, que me enseñó a rezar, a jugar dominó, que se dejaba perder para que yo no llorara. Yo me acostaba entre su guata redonda, calentita, y me dormía profundamente como un cachorrito. En esa casa de antaño, donde las ventanas sonaban fuerte cuando las micros pasaban por Simón Bolivar, no había un lugar más acogedor en el invierno que ese rincón que sólo yo ocupaba en el cuerpo de mi abuelita.
Después fui creciendo y me separé cada vez más de ella. Abuelita no lave, no planche, no se agache, no salga sola, pero puta abuelita si le dije que no lo hiciera. Y ahora en la ambulancia, donde ella dependía de mí tanto como yo había dependido de ella. El doctor en el hospital me dijo que me calmara, que agradeciera, que le había salvado la vida a mi abuelita. Y ahora lo entiendo. Cuando corro en los pasillos, a escondidas, para poder sortear al guardia imperturbable que con cara de póker e indiferente a mis ojos húmedos, me mira y me dice: este no es el horario de visita. En esos pasillos lo entiendo. Y cuando entro a la pieza compartida, y ella abre sus tremendas pepas verdes y se ríe y me dice: dónde estabas!!! sacándose automáticamente la mascarilla que le da oxígeno.
Hoy la vi de nuevo. Es su tercer día hospitalizada. La besé, la abracé, le hice cariño. Le conté que no había podido ir a verla antes porque estaba trabajando. Ooooy-me dijo- estoy tan orgullosa!! Y la vi tan feliz de verme, tan agradecida, con tanta paz ahí en su camilla, a pesar de las sondas, la máquina para su corazón, los sueros, el oxígeno, los moretones. La vi tan niña de nuevo, con tanta ilusión. Con tantas ganas de mejorarse...
Me emocioné mucho. Por primera vez sentí que yo tenía el poder de sacarle una sonrisa, de animarla y revivir sus energías...
Mi mamá, que volvió de Iquique el domingo, pudo hablar con el doctor hoy. Le dijo que mi abuelita tiene un tumor que se le ha ramificado a los pulmones. No saben si es cancerígeno o no, pero sí saben que el pronóstico es malo.
Ayer pasó una mala noche. Tuvo unos problemas de taquicardia y arritmia y si no hubiese estado hospitalizada se nos muere. Eso dijeron allá. Y de nuevo toda la emoción y la alegría se mezclaron con esa pena inmensa, esa pena profunda. También la culpa, la rabia de no haberla aprovechado más, de no haberme dado cuenta antes de que estaba ahí, tirada, esperando que alguien pudiera levantarla. Todas las emociones juntas, como dos caras de una moneda. Sin embargo, agradezco. Agradezco haber tenido esta oportunidad para procesarlo, para despedirme, para reencontrarme con esta mujer que nos trajo a todos nosotros a la vida. Y que nos une hoy más que nunca como familia. Es que ya dije antes, mi abuelita es grande. Es inmensa.

5 comments:

c. said...

uffff qué pena-pena-pena... me acordé de mi abuela que me enseño la tabla del 6 y a tejer... olía a crema suave y siempre tenía dulces en la cartera... creo que ese dolor nunca pasa, es un poco la muerte de la infancia que uno lleva adentro, muchos cariños, c.

Lau said...

Poli. Tu relato me emocionó lo indecible. Te mando toda la fuerza, todo el cariño y mis rezos seguros para tu abuelita a quien quieres tanto. Agradezco que hayas compartido esta experiencia tan íntima con quienes te leemos, porque nos recuerda lo frágil que es la vida, lo que desaprovechamos a nuestra gente, nos insta a decir lo que muchas veces, por razones que quizá desconocemos, callamos. En estos momentos, cuando leo este tipo de cosas, cuando me entero de estas experiencias, pienso más y más en vivir mi día a día, sin ser egoísta, pero sí viviéndolo a full, tratando de no perderme en pequeñeces que a veces nos colapsan el sistema, y queriendo y amando y cuidando a quienes están a mi lado. Mi abuelo era abogado. Aunque tenía un excelente pasar, nunca viajó. Ahorró mucho, para poder recorrer el mundo una vez jubilado. Pero el cáncer le vino como un rayo a los 62 años, y a los 9 días del descubrimiento, dejó de existir. No alcanzó a ver el mundo que anhelaba descubrir. Mi abuela murió cuando yo tenía cinco años, y de ella recuerdo ese olor a abuelita, ese cariño inmenso, los chocolates que guardaba sólo para mí, cómo me dejaba jugar con sus preciadas figuras de colección que ni su hijo, mi padre, podía tocar. Lamento tanto que mis hermanos no hayan podido conocer a su Abu, pero trato siempre de traspasarles lo que yo alcancé a disfrutar de ella. En ese entonces era muy chica para darme cuenta, pero quisiera haber aprehendido más de esos momentos juntas. El Nano, mi amigo, murió a los 17 años de un cáncer que se le ramificó. Peleó tres años contra él, y es mi ejemplo de vida. Nunca se dejó abatir, nunca dejó de amar, nunca se quejó ni se lamentó, sino que se dedicó a vivir, a no perderse los momentos que venían. Y de eso aprendí. Hasta el último momento, él siempre tuvo una sonrisa, una palabra alegre, un chiste en los labios, para hacernos reír. Alguien dijo alguna vez que el olvido es la muerte de los hombres. Eso puedo dejarte, amiga. Si tu abuelita parte, que algún día tendrá que hacerlo, no la olvides. Revive su recuerdo en tu mente, en tu corazón, en tu cuerpo, traspásele ese recuerdo a otros, para que sean muchos quienes la recuerden. Porque mientras ella viva en ti, en ustedes, en quienes la amaron, nunca morirá. Sólo cuando olvidamos a quienes partieron parten definitivamente. Sino, si los recordamos y los amamos aún en la muerte, si los llevamos con nosotros y hacemos de su muerte parte de nuestras vidas, nada ni nadie puede borrarlos. Eso es lo que te puedo decir, esta es mi historia que te puedo regalar, para que se te haga más llevadero el camino. Te mando un beso, mi fuerza y mi cariño. Estoy segura de que Dios sabe qué es lo mejor para ustedes. Fuerza.

alesita said...

Niña, mucha fuerza y muuuchos cariños. Aunque suene difícil hasta de lo más complicado hay que ver y sacar algo positivo, así que regalonea harto con tu abuelita, aprovéchala y hasta reir como haz demostrado que sabes hacerlo.
besos!

pd said...

Muchas gracias a todos por el apoyo y las palabras. Un abrazo de todo corazón,
Paulette

Anonymous said...

qué linda la historia, qué única experiencia, qué privilegio guardar
esos recuerdos, qué suerte haber estado ahí... pero también qué bien
escribes. no es fácil plasmar tanta emoción en palabras. y lo
lograste. y me emocionaste...ahora creo que tienes que seguir así,
aprovechando la oportunidad de cuidarla, de protegerla, de ser tu la
adulta y ella la niña. guarda cada uno de los momentos que pasaron y
que vienen en tu memoria y... gózala... gózala porque no todos hemos
tenido la suerte de tener una abuela cerca, porque no todos hemos
tenido la suerte de ser importantes para ella, porque no todos hemos
tenido la suerte de salvarlas... no dudes que por algo fuiste tú. por
eso quédate con la moraleja, la enseñanza, y sigue rezando con esa
fuerza. por ti y por ella.
un beso grande
suerte, ánimo y energía en lo que viene
cualquier cosa, estamos hablando